De la historia del hijo pródigo (Evangelio de Lucas
15:11-24) aprendemos que su vida fue calamitosa y de mal en peor hasta que
recapacitó y se dio cuenta que la raíz
de sus males venía de su prepotencia y rebeldía ante su padre y Dios.
Cuando recapacitó y volvió a casa de su padre recuperó su posición y bendiciones.
Uno de los 10
mandamientos (Libro de Deuteronomio
5:16) dice:
"Honra a tu padre
y a tu madre,como Jehová tu Dios te ha mandado, para que sean prolongados tus
días, y para que te vaya bien sobre la tierra que Jehová tu Dios te da."
La honra a nuestros padres trae una vida larga y próspera.
Este hecho parece indicar que, al menos, parte de nuestras enfermedades, accidentes u
otros motivos que acortan nuestra vida, o fracasos que pudiéramos tener, radican
en la falta de honra a nuestros padres.
Cuando uno honra a sus padres no los juzga, o se cree juez
de lo que han hecho en su vida. Eso es algo que no toca al hijo. Cuando uno
honra al padre o madre estos le bendicen y todo aquello que estaba
retenido por falta de honra fluye a la vida del hijo.
De la misma forma que los padres requieren su honra, Dios como el gran padre también la
requiere. Dice en el libro de Malaquías 1:6:
"El hijo honra al padre, y el siervo a su
señor.
Si,
pues, soy yo padre, ¿dónde está mi honra? y si soy señor, ¿dónde está mi temor?
dice
Jehová de los ejércitos a vosotros,..."
Dios esta abierto a
bendecir a sus hijos grandemente si le honramos. Permanecer en nuestra
prepotencia, orgullo, obstinación, impide las bendiciones que Dios tiene.
Pero el énfasis no está en las bendiciones o en la
prosperidad, como algunos hacen. El
acento está en la honra debida a Dios. La
honra produce lo demás. Cuando nos acercamos a Dios por sacar algo le estamos
deshonrando y la supuesta honra se convierte en deshonra.
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